THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #57 – DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #57

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #57   Homeless people, Panhandlers, addicts, and plain old-fashioned Thieves

As I begin this diary entry, I realize that it could grow to be an entire book of its own.  My stories like those which follow are endless.  Every priest everywhere is called upon almost every day to try to assist in some way the homeless, panhandlers, addicts, and thieves who come his way, while keeping them at bay, away from the property, and away from his parishioners.  In an inner-city parish these troubled people can be much more prevalent than in suburban parishes.  Suburban parishes have other problems.  The inner-city has homeless shelters, food banks, and drug dealers.  People with needs satisfied by these “amenities” tend to gravitate there.  As my mother was wont to say, “Birds of a feather flock together.”  The inner-city can become a monster feeding itself.  At times, it can seem that those who are trying to help are actually exacerbating the problem.

There are many levels to this problem.  Mental illness and drug addiction can be so serious that people will do literally anything. That makes them dangerous. In the city, we are accustomed to walking around amid such unfortunates with an attentiveness born of experience.  It’s just a part of city life.  One learns to live with it.  When questionable characters are spotted in suburban areas the police are called and the offenders are removed immediately.  That is not the case in the city.  The numbers of the compromised are legion.

One day my maintenance man was patrolling the property collecting garbage.  It is not uncommon in the inner-city that various types of refuse are left on the church property overnight.  People fleeing their apartments in the middle of the night leave their furniture around (not in) the dumpster.  Vagrants abandon their temporary shelters if they find better accommodations, or are hauled off to facilities.  Drug addicts leave all manner of refuse around any place that it conducive to sleeping, using, or engaging in unmentionable behaviors.  On this day, as the maintenance man was gathering refuse at the front of the church building, he discovered under a patch of ornamental bushes a collection of cardboard boxes and carpet.  As he gathered them up for disposal, to his utter surprise, the boxes began to move of their own accord.  Concealed under the debris was a human being who had been awakened from his stupor by the maintenance man.  As one may imagine, the maintenance man later reported to me that he feared he had been on the verge of a heart attack.

Panhandlers are of another type.  They tend to be somewhat more professional than the average homeless person.  One day, at one of the churches of my twin-church parish, a fellow hailed me, pulled a ten-dollar bill out of his pocket and declared, “See, I have ten dollars!  I only need two more dollars to be able to pay for my prescription.  I really need my medicine.  Can you spare two dollars?”  By that point in my life, I had learned never to give such people anything.  If you do, you will never see the end of them.  I sent him on his way.

About a week later, at the other of my parish’s two churches, a familiar looking man addressed me.  He pulled a ten-dollar note from his pocket and declared, “See, I have ten dollars!  I only need two more dollars to be able to pay for my prescription.  I really need my medicine.  Can you spare two dollars?”  I replied, “Hey!  How’re you doin’?  I remember you!  I saw you last week at my other church.”  “No”, he said, “that must have been someone else.”  “No, it was you alright.  I remember your style.  Move on down the road, friend” I replied.  “Well,” he asked, “do you work at any other churches in this town?”

From my point of view as a professional observer of swindlers, I had to give him credit for his more clever than usual scam, but a professional swindler needs to know his mark.  I was sorely disappointed in him that he did not recognize me as someone whom he had failed to cheat only a week earlier.  I guess no one is perfect.

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 57   Indigentes, Facinerosos, Mendigos, Adictos y

Ladrones comunes que roban “a la antigüita”

 Al comenzar esta entrada del diario, me doy cuenta de que podría convertirse en un libro completo por sí mismo. Mis historias como las que siguen son interminables. Todos los sacerdotes, en todas partes, somos llamados casi a diario para tratar de ayudar de alguna manera, a vagabundos, mendigos, adictos y ladrones que se cruzan en nuestro camino, mientras tratamos de mantenerlos “a raya” lejos de los predios de la iglesia y de los feligreses.

En una parroquia urbana, estas personas con trastornos mentales u otros problemas, pueden ser mucho más frecuentes que en las parroquias suburbanas. Las parroquias suburbanas tienen otros problemas. En los centros urbanos existen establecimientos para indigentes, centros distribuidores de alimentos para necesitados, lugares para drogadictos, etc.  Las personas descritas anteriormente frecuentan estos centros, que cuentan con estas “amenidades” para satisfacer sus necesidades.  Como solía decir mi madre: “Cada oveja con su pareja”. El casco urbano de una ciudad puede convertirse en un monstruo que se alimenta a sí mismo. A veces, pareciera que aquellos que intentan ayudar, más bien acrecientan el problema.

Existen varias categorías entre estos grupos problemáticos.  Las enfermedades mentales y la adicción a las drogas pueden ser tan graves que estas personas harán literalmente cualquier cosa para satisfacer sus adicciones, lo que los hace extremadamente peligrosos.  En la ciudad, estamos acostumbrados a caminar entre tales desdichados, con los ojos bien abiertos y todos nuestros sentidos atentos a lo que pueda suceder.  Esto solo es algo más con lo que tenemos que enfrentarnos viviendo en ciudades urbanas. Uno aprende a vivir con ello.

En las áreas suburbanas, cuando se detectan personajes cuestionables, se llama a la policía y ésta se encarga de inmediato de lidiar con estos individuos.  Desgraciadamente ese no es el caso en la ciudad, ya que son demasiados los problemas de este tipo con los que se enfrentan las autoridades a diario.

No es raro que se encuentren grandes acumulaciones de basura en los jardines de la iglesia.  Los facinerosos se instalan en nuestra propiedad por la noche y dejan basura por todos lados. Las personas que huyen de sus apartamentos en medio de la noche dejan sus muebles al lado de nuestro contenedor de basura.  Los vagabundos abandonan sus refugios temporales si encuentran un mejor alojamiento en donde pasar la noche. Los drogadictos dejan todo tipo de basura en cualquier lugar que encuentren apropiado para dormir, consumir o realizar actos inmorales.

Un día el encargado de mantenimiento de mi parroquia,  mientras patrullaba la propiedad recogiendo basura, descubrió debajo de un grupo de arbustos ornamentales una colección de cajas de cartón y alfombras viejas. Cuando se disponía a recogerlas para desecharlas, quedó altamente sorprendido cuando las cajas comenzaron a moverse por sí solas. Oculto bajo los escombros había un ser humano que había sido despertado de su estupor por el encargado de mantenimiento.  Como podemos imaginar, el encargado se asusto, y al referirme la historia me comentó que había estado a punto de que le diera un infarto, tal fue el susto que recibió.

Los mendigos son otra cosa. Tienden a ser algo más profesionales que el promedio de los indigentes o personas sin hogar. Un día, en una de las iglesias gemelas de las que yo era párroco,  un individuo me saludó, sacó un billete de diez dólares de su bolsillo y me dijo: “¡Mire, tengo diez dólares! Solo necesito dos dólares más para poder pagar mi receta medica”.  “En verdad señor, necesito mi medicina”. ¿Puede darme dos dólares?  En ese momento decidí nunca darle dinero a este tipo de personas, ya que si lo haces una vez, nunca te libras de ellos.  Le aconsejé que siguiera su camino y que tuviera un buen día.

Aproximadamente una semana después, en la otra de las dos iglesias gemelas, un hombre de aspecto familiar se dirigió a mí. Sacó un billete de diez dólares de su bolsillo y declaró: “¡Mire, tengo diez dólares! Solo necesito dos dólares más para poder pagar mi receta medica”. “Realmente necesito mi medicina” ¿Puedes ayudarme con dos dólares? Le respondí: “¡Oye! ¿Cómo estás? ¡Me acuerdo de ti! “Te vi la semana pasada en mi otra iglesia”. “No”, dijo, “debe haber sido otra persona”. “No”, le contesté, “fuiste tú, recuerdo tu estilo”.  “Anda, sigue tu camino amigo” le respondí.  “Está bien” me dijo y agregó: “¿trabaja usted en alguna otra iglesia en esta ciudad?”

Desde mi punto de vista como observador profesional de estafadores, tenía que darle crédito a este individuo por la forma ingeniosa en que estafaba a la gente.  Pero pienso que un estafador profesional debe conocer su territorio para no atacar dos veces a su victima.  Me decepcionó mucho que no me reconociera como alguien a quien no había podido engañar solo una semana antes. ¡Que le vamos a hacer!  ¡Nadie es perfecto!

 

 

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