The Diary of an Inner-City Priest – El Diario de un Sacerdote Urbano

The Diary of an Inner-city Priest

For years I have sworn that I should write a book about all the unusual experiences I have had as a priest.  These experiences extend from the mundane to the incredibly bizarre.  I have decided it is time to begin writing my book.  My title is lifted from the famous novel “Diary of a Country Priest”, published in 1936 by Frenchman Georges Bernanos. My book is not a novel.  Everything you are about to read is true.

I knew a faithful Catholic couple whom I first met in the opening days of my priesthood.  I initially met the husband, a maintenance man, at the parish.  They came to church every Sunday and supported the church financially.  As the husband reached the last stages of a terminal illness, he and his wife decided to go to Confession one Saturday afternoon.  Recognizing his voice behind the screen but being obliged by the seal of Confession not to indicate that I recognized him, I asked (as I always do) how long it had been since his last Confession.  “Forty years”, he said.  A bit surprised, as I knew he was a faithful Mass goer, after the confession of his sins I asked, (as I always do in the case of a long absence from the Sacrament), what had brought him to Confession that day after so many years.  I expected he would say that he was at the end of his life and that he thought he should get his act together before death overtook him.  Instead, he answered, “You and the other priest are always saying that we should go to Confession regularly, so we decided to do it”.  I asked him to pray the Rosary for his penance, absolved him, and sent him on his way.  His wife came in after him.  Same story.

The first thing that strikes me about this is that a couple could faithfully attend Mass together every Sunday for forty years and never be moved to partake of the Sacrament of Confession at any time during those forty years.  Forty Lents.  Forty Advents.  Surely, our sermons were not the first time in forty years that they had heard the exhortation to confess their sins.  Or were they?  More likely, they didn’t think they had committed any sins.  Pope John Paul II following Pope Pius XII noted that the great sin of the modern age is the loss of the sense of sin.  Maybe that explains it.  But that’s not all.

As the husband neared the end of his pilgrimage in this world, I made it known that I would be happy to administer to him the Sacrament of the Sick.  His wife called and we arranged a visit. After having explained the purpose and meaning of the Sacrament, and administering it, I chatted with the couple for a while.  They reminded me that I had heard their confessions some time previously, and that I had given them the Rosary as a penance.  The wife explained that, although she had seen her mother pray the Rosary every day as a child, she had never said it and did not know how.  Neither did her husband.  They were a bit confused about the whole thing, but did some research, figured it out, and had been praying the Rosary daily together ever since.  “A small victory”, I thought.  Then the wife took me aside to explain that they hoped to have the funeral at my parish, but also hoped that my feelings would not be hurt if they asked another priest to say the Funeral Mass because they wanted “a more personalized Mass than you give”.

Driving home from this encounter I reflected on its significance.  How is it that a Catholic couple, married for forty years, attends Mass every Sunday and never once goes to Confession?  How is it that a Catholic couple of forty years who attends Mass every Sunday does not know how to pray the Rosary?  How is it that they have no problem dismissing the pastor who has extended himself to bring them to this point for “a more personalized [Funeral] Mass”. These are the kinds of questions for which I do not expect to find answers during this life.  But this I do know: At the end of his life this fellow received the absolution of his sins, learned to pray the Rosary and did so with his wife everyday until his death, received the Sacrament of the Sick and its accompanying Plenary Indulgence for those at the point of death, and asked for a Funeral Mass for the repose of his soul when the time would come.  All of that is pure grace.

 

Diario de un Sacerdote Urbano #1

Durante años he jurado que debería escribir un libro sobre todas las experiencias insólitas que he tenido como sacerdote. Estas experiencias se extienden desde lo mundano hasta lo increíblemente extraño. He decidido que es hora de comenzar a escribir mi libro. El titulo de mi libro está tomado de la famosa novela “Diario de un Cura Rural”, publicada en 1936 por el francés Georges Bernanos. Mi libro no es una novela. Todo lo que están a punto de leer es verdadero.

Conocí a una pareja católica en los primeros días de mi sacerdocio. Inicialmente conocí al esposo, un empleado de mantenimiento de la parroquia. El y su esposa asistían a la Iglesia fielmente todos los domingos y la apoyaban económicamente. Cuando el esposo enfermó y se encontraba en las últimas etapas de una enfermedad terminal, tanto él como su esposa decidieron ir a confesarse un sábado por la tarde.

Reconociendo la voz del esposo detrás de la rejilla, pero obligado por el secreto de Confesión a no indicar que lo reconocía, pregunté (como siempre lo hago) cuánto tiempo había pasado desde su última Confesión. “Cuarenta años” me contestó. Un poco sorprendido, ya que sabía que era un fiel asistente a Misa, después de la confesión de sus pecados le pregunté, (como hago siempre en el caso de una larga ausencia del Sacramento), qué lo había llevado a la Confesión ese día después de tanto tiempo. Esperaba que dijera que estaba al final de su vida y que pensaba que tanto él como su esposa debían confesarse antes de que le llegara la muerte. Sin embargo, esto fue lo que me respondió: “Usted y el otro sacerdote siempre dicen que debemos confesarnos regularmente, así que decidimos hacerlo”. Le pedí que como penitencia rezara el Rosario, lo absolví y lo despedí. Su esposa entró al confesionario después que él con la misma historia.

Lo primero que me llama la atención sobre este caso es que ¿Como es posible que una pareja asista con fidelidad a Misa todos los domingos durante 40 años, y nunca hayan sentido la necesidad de acercarse al confesionario para confesarse? ¡Cuarenta Cuaresmas! ¡Cuarenta Advientos! Seguramente que escucharon muchas veces durante nuestras homilías, la exhortación de acercarse al confesionario para confesar sus pecados. Lo más probable es que no pensaran que habían cometido ningún pecado.

El Papa Juan Pablo II, junto con el Papa Pío XII, señalaban que el gran pecado de la era moderna es la pérdida del sentido del pecado. Tal vez eso lo explique. Pero eso no es todo.

A medida que el esposo se acercaba al final de su peregrinación por este mundo, le hice saber que me gustaría estaría administrarle el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Su esposa llamó y concertamos una visita. Después de haberles explicado el propósito y significado del Sacramento, y de administrarlo al esposo, conversé un rato con la pareja. Me recordaron que había oído sus confesiones tiempo atrás y que les había indicado que rezaran el Rosario como penitencia.

La esposa me explicó que, aunque de niña había visto a su madre rezar el Rosario todos los días, ella nunca lo había rezado y no sabía cómo hacerlo, y su esposo tampoco. Estaban un poco confundidos acerca de todo el asunto, pero investigaron un poco para informarse como rezarlo, y habían estado rezando juntos el Rosario todos los días desde entonces. “Una pequeña victoria”, pensé.

Luego la esposa me llevó a un lado para explicarme que esperaban tener el funeral en mi parroquia, pero que querían manifestarme, esperando no herir mis sentimientos, que era su voluntad que otro sacerdote celebrara la Misa fúnebre porque querían “una Misa más personalizada de la que usted celebraba”.

En el camino a casa después de este encuentro, reflexioné sobre lo que todo esto significaba. ¿Cómo es que una pareja católica, casada durante cuarenta años, asiste a Misa todos los domingos y nunca se confiesa? ¿Cómo es que un matrimonio católico con cuarenta años de matrimonio, que asiste a Misa todos los domingos no sabe rezar el Rosario? ¿Cómo es que no tienen ningún problema en indicarle al párroco, el cual los ha pastoreado durante todo este tiempo, otorgándoles los sacramentos necesarios para su salvación, para traer otro sacerdote que “celebra la Misa mas personalizada”?

Este es el tipo de preguntas para las que no espero encontrar respuestas durante esta vida. Pero sé que al final de su vida, este hombre recibió la absolución de sus pecados, aprendió a rezar el Rosario y lo hizo con su esposa todos los días hasta su muerte, y que al recibir el Sacramento de Unción de los Enfermos junto con la Indulgencia Plenaria correspondiente a la hora de la muerte. Además solicitaron una Misa por el descanso de su alma llegado el momento. Todo esto es

¡Pura gracia!

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