THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #78 / DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #78

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #78  The Professionally Trained Singer

I wish to begin this entry by saying that I do not intend to disparage singers or singing, though it may easily come across that way.  Rather, I intend to describe an encounter with one singer who caused me some difficulty along my way as a pastor.

I do not know much about the art of singing, but I do know a bit about people who call themselves singers.  I possess this knowledge as the result of a lifetime of dealing with singers in a variety of capacities including singing with them, dating them (while I was in music school), and accompanying them (on the piano, not on the synodal path).  Having spent a number of years in music schools, I have known singers that practiced as diligently and carefully as other musicians.  I have also known singers who, for reasons God only knows, had been endowed with beautiful voices but did not know a thing about music, including how to read it.  For now, that is all I have to say about singers, except for the woman whom I will call The Professionally Trained Singer.  She was a very large woman with an equally large voice and an even larger ego.  She was not a good singer.  I first encountered her when I was asked to play the piano for a Christmas concert at a parish many years ago.  She was to sing selections from Handel’s Messiah.  I had agreed as a favor to a friend to accompany her, never having met her nor heard her sing.

While I very much appreciate and enjoy The Messiah, it was written for an orchestra and singers, not a piano and singers.  The most commonly used orchestral reduction of the piece for piano has some fiendishly difficult passages which are practically unplayable by the average pianist.  I was not overjoyed with the whole situation since the singer had a terrible sense of rhythm and did not sing in tune.  I really did not want to put in the work necessary to master the accompaniments, but I had agreed to do it and intended to fulfill my promise.  After several rehearsals, we managed our way through the concert.  I never expected to see that singer again.

Some years later I found myself assigned as the pastor of her parish.  She loved to use her very large voice to sing the hymns at Mass.  The problem was that she was so loud, and so determined to sing the music at her own tempo, in her own key, not those of the organist, that everyone else just gave up trying to sing.  She was so incredibly loud that even the organist was forced to follow her lead.  Something had to be done.  I planned to ask her to join the choir.  The thought was that the organist and choir director might be able to train her to listen to the organ and choir instead of listening to herself and ignoring the music that was going on around her.  It was worth a try.

One day I enacted my plan.  “I have noticed that you enjoy singing the hymns at Mass”, I began. “I wonder if you might be interested in joining the choir?”  “Oh”, she said.  “I can’t sing in a choir.”  “Why not?” I asked. “Because I am A Professionally Trained Singer.” she declared.  Now, I must admit that I had never, and have never since heard a more puzzling statement.  It seemed to me that A Professionally Trained Singer would have learned, somewhere in the course of her studies, how to sing in a choir.  In my days in music school, all of us instrumentalists who were not singers were forced to be in a choir every semester.  We hated it, but we learned something about singing, and something about how to sing in a choir.  I am still astounded by what a ridiculous statement that was for A Professionally Trained Singer to make.  Embarrassing, even.  Regardless of that, I still had a problem, and my organist was losing his patience.

Finally, I came up with a new plan.  I did what I do best: I made her mad.  We stopped singing hymns at Mass and switched to Gregorian Chant.  The Professionally Trained Singer was unable to sing the chant.  She left the parish.  I have never seen her since.

 

 

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 78     La Cantante con Entrenamiento Profesional

 

Deseo comenzar esta entrada diciendo que no pretendo menospreciar a los cantantes ni al canto, aunque es posible que se interprete de esa manera. Más bien, pretendo describir un encuentro con una cantante que me ocasionó  algunas dificultades en mi caminar como párroco.

No sé mucho sobre el arte del canto, pero sí sé un poco sobre las personas que se dicen cantantes. Poseo este conocimiento como resultado de toda una vida tratando con cantantes en una variedad de capacidades, he cantado con ellos, he salido con chicas cantantes (mientras estaba en la escuela de música) y también he acompañado a varios al piano (no en el camino sinodal).

Después de haber pasado varios años en escuelas de música, he conocido cantantes que practicaban con tanta diligencia y cuidado tal y como otros músicos. Y por el contrario, también he conocido a cantantes que, por razones que sólo Dios sabe, han sido dotados de hermosas voces pero no saben nada de música, ni siquiera cómo leerla.

Por ahora, eso es todo lo que tengo que decir sobre los cantantes, excepto sobre la dama a quien llamaré “La Cantante con Entrenamiento Profesional”.  Era una señora bastante robusta, y que además contaba con un gran vocerrón. Ella no era una buena cantante. La conocí por primera hace muchos años, cuando me pidieron que la acompañara al piano para un concierto de Navidad en una parroquia. Ella cantaría selecciones del Mesías de Handel. Yo había aceptado acompañarla, como un favor a un amigo, sin antes haberla conocido ni haberla escuchado cantar.

Si bien aprecio y disfruto mucho El Mesías, éste fue escrito para una orquesta y cantantes, no para un piano y cantantes. La reducción orquestal más comúnmente utilizada de la pieza para piano tiene algunos pasajes tremendamente difíciles que son prácticamente imposibles de tocar para el pianista promedio. La verdad es que yo no estaba nada contento con toda la situación ya que la cantante tenía un pésimo sentido del ritmo y no cantaba afinada. Realmente no quería hacer el trabajo necesario para dominar los acompañamientos, pero había aceptado hacerlo y tenía la intención de cumplir mi promesa. Después de varios ensayos, logramos llevar a cabo el concierto. Nunca esperé volver a ver a esta cantante.

Pero nuestros deseos no siempre se cumplen.  Algunos años más tarde me asignaron el cargo de párroco en la parroquia en donde esta dama era feligrés. Le encantaba usar su gran voz para cantar los himnos en la Misa. El problema era que cantaba tan fuerte y estaba tan decidida a cantar la música, tanto a su propio ritmo, como en su propio tono, y no en el del organista, que las demás personas se resignaban a dejar que fuera ella la única que interpretara los cantos de la Misa. Era tan increíblemente ensordecedora su voz, que incluso el organista se vio obligado a dejar que fuera ella la única en entonar los himnos.  Yo sentía que la situación estaba bastante fuera de control y que algo tenía que hacer.

Planeaba pedirle que se uniera al coro. La idea era que el organista y director del coro podría entrenarla para que escuchara el órgano y al coro en lugar de escucharse a sí misma e ignorar la música que sonaba a su alrededor. Valía la pena intentarlo, así que un día me acerqué a ella y puse en práctica mi plan:

“He notado que te gusta cantar los himnos en la Misa”, comencé. "Me pregunto si te gustaría formar parte de nuestro coro”. “Ah”, me dijo. "No, yo no puedo cantar en un coro". "¿Por qué no?" Le pregunté. "Porque soy una cantante con formación profesional". Me contestó.  Debo admitir que nunca había escuchado, y nunca he escuchado desde entonces, una declaración más desconcertante y absurda.

Tengo entendido que una cantante con formación profesional habría aprendido, en algún momento de sus estudios, a cantar en un coro. En mis días en la escuela de música, todos los instrumentistas que no éramos cantantes, nos veíamos obligados a participar en un coro cada semestre. No era algo que nos encantara hacer, pero aprendimos algo sobre cantar, y algo sobre cómo cantar en un coro.

Yo no salía de mi asombro por la respuesta de esta “cantante con entrenamiento profesional”,  ¡Esto era vergonzoso!  Y desgraciadamente, yo seguía con el problema, ya que mi organista estaba perdiendo la paciencia.

Finalmente, se me ocurrió un nuevo plan, e hice lo que sé hacer mejor: ¡La hice enojar! Cambiamos a Cantos Gregorianos. Para nuestra “cantante profesional” era imposible interpretar dichos cantos, y como resultado, dejó la parroquia, y nunca la he visto desde entonces.

 

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