THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST # 61 – DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO # 61

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #61            The Weird Smile

 There have been numerous unintended negative consequences of the historically relatively recent push for versus populum i.e., “priest facing the people” celebration of the Mass in the Novus Ordo Missae.  (For the uninitiated, the New Order of Mass, which supplanted the Traditional Latin Mass following the Second Vatican Council.). The older I become, the more tedious I find the task of explaining all of this.  Yet, I recognize that without my explaining it, younger generations who fall under the sphere of my influence may never know the truth of the matter.  I subsequently recognize that explaining it all, over and over again, is a cross which I must bear.  It reminds me of my piano teaching days (thankfully short-lived) when I repeatedly explained to beginners how to identify “Middle C” on the keyboard.

For the sake of those do not know, I must explain that for many centuries before the liturgical reforms of Vatican II, the priest always faced in the same direction as the congregation, that is, toward the “East”, or as we say these days, “with his back to the people”. The East symbolizes the direction from which the Lord will return in glory at the end of time, and the direction toward which His people (we) are oriented, or faced.  It also must be reiterated, in spite of the tedium of it all, that the Second Vatican Council never directed the priest to face the people during the celebration of Mass.  This practice is one of those “customs” that developed, and became concretized, in the “new Mass”.  To put it all into a popular slogan:  before the Council, the priest turned his back on the people; after the Council, the priest faced the people.  About all of this I have written elsewhere, and I find it all most monotonous.  Nevertheless, for the sake of my story, it must be rehashed.

I once was acquainted with a young man of about 16 years.  In those days, the offering of the Mass ad orientem (toward the “East”) was virtually unthinkable, and in many cases impossible from a practical standpoint.  A priest who dared to try such a thing would be exiled to a virtual gulag.  This young man asked me one day, “Why does Father Equis, [another priest of the parish] have that weird smile on his face when he raises the Host after the consecration?”

Fr. Equis, forced by the newly contrived custom to say the Mass facing the people, was also forced to acquire an appropriate facial expression to demonstrate his pre-supposed wonder at the fact that he, a simple but holy priest, had brought about the miracle of transubstantiation, i.e., the changing of the bread and wine into the body and blood of Christ.  Fr. Equis had cultivated the habit of elevating the Host, putting on the weird smile, and turning his head from side to side while gazing at the elevated Host suggesting that in his mind he was saying, “I can’t believe I just did that”, or perhaps, “How marvelous that I hold the Lord of the universe in my hands.”  Both of those sentiments are, of course, true.  But it seems to me that trying to express them on one’s face merely leads to the young man’s question, “Why does Fr. Equis have that weird smile on his face?”

When I was in the seminary, we had a priest who, after consecrating and elevating the Host, would gaze at it momentarily before lowering his head in a gesture of profound humility.  I have no doubt that he was properly and genuinely humbled at that moment as any priest should be.  But it looked strange to me anyway.

The question is, “What expression should a priest have on his face at this sacred moment?”  I don’t have the answer to that question, but my sense is that, for the sake of those looking at his face, he should try to avoid any expression whatsoever so as not to prompt people to think to themselves, “Why does he look like that?”  Of course, the easiest thing to do would be to say Mass facing the liturgical “East”.

 

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 61                    UNA EXTRAÑA SONRISA

 Existen numerosas consecuencias negativas, y no deseadas, sobre el impulso histórico y relativamente reciente de la versión versus populum, es decir, la celebración de la Misa con el “sacerdote de cara a los fieles” en el Novus Ordo Missae. (Para los no iniciados, o sea los que no lo saben, el Nuevo Orden de la Misa, que suplantó a la Misa Tradicional en Latín después del Concilio Vaticano II).

A medida que me hago más viejo, más tediosa me resulta la tarea de explicar todo esto. Sin embargo, reconozco que, si no lo explico, es posible que las generaciones más jóvenes que caen bajo mi esfera de influencia nunca sepan la verdad del asunto.

Sin embargo, reconozco que explicarlo una, y otra y otra vez es una cruz con la que debo cargar.  Esta situación me recuerda mis días cuando daba clases de piano (afortunadamente de corta duración) cuando les explicaba repetidamente a los principiantes cómo identificar la "C media" en el teclado.

Para beneficio de los que desconocen, debo explicar que durante muchos siglos antes de las reformas litúrgicas del Vaticano II, el sacerdote siempre miraba en la misma dirección que la congregación, es decir, hacia el “Este”, o como decimos en estos días, “de espaldas al pueblo”.

El Este simboliza la dirección desde donde el Señor regresará en gloria al final de los tiempos, y la dirección hacia la cual su pueblo (nosotros) debemos dirigirnos.

También hay que reiterar, a pesar del tedio que todo ello me causa, que el Concilio Vaticano II nunca ordenó al sacerdote que durante la celebración de la Misa se pusiera de cara al pueblo. Esta práctica es una de esas “costumbres” que se desarrollaron, y se concretaron, en la “nueva Misa”. Para ponerlo todo en una consigna popular podemos decir que:  Antes del Concilio, el sacerdote le daba la espalda al pueblo; y después del Concilio, el sacerdote le da la cara al pueblo. De todo esto he escrito en varias oportunidades, y encuentro muy monótono tener que estar repitiéndolo, sin embargo, para que mi historia tenga algún sentido, debo repetirlo una vez más.

Hace algunos años conocí a un joven de unos 16 años. Por aquellos días la celebración de la Misa ad orienten (hacia el Este), era prácticamente impensable, y en muchos casos imposible desde el punto de vista práctico.

El sacerdote que se atreviera a tal cosa hubiera sido enviado, sin lugar a dudas, a un campo de concentración.

El joven de mi historia, un día me preguntó: “¿Por qué el Padre Equis, [otro párroco de la parroquia] tiene esa extraña sonrisa durante la elevación de la Hostia después de la consagración”?

El Padre Equis, obligado por la costumbre recién inventada a celebrar la Misa de cara al pueblo, también se vio obligado a adquirir una expresión facial apropiada para demostrar su supuesto asombro ante el hecho de que él, un simple pero santo sacerdote, hubiera realizado el milagro de la transubstanciación, es decir, el cambio del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El Padre Equis había cultivado el hábito de elevar la Hostia, y al hacerlo, asumir una actitud de sorpresa e incredulidad sonriendo de forma extraña y girando la cabeza de un lado a otro mientras observaba la Hostia que sostenía en sus manos durante la elevación.  Esto nos sugiere que probablemente, en su mente se está diciendo a sí mismo: “¡No puedo creer lo que acabo de hacer!”, o a lo mejor pensaba: “¡Qué maravilla que tengo al Señor del universo en mis manos!”. Ambos sentimientos son, por supuesto, ciertos. Pero me parece que tratar de expresar estos sentimientos es difícil de explicar, y esta actitud hizo que este muchacho se hiciera la pregunta: “¿Por qué el Padre Equis tiene esa extraña sonrisa en su rostro?”

Cuando yo estaba en el seminario, teníamos un sacerdote que, después de consagrar y elevar la Hostia, la miraba un momento antes de bajar la cabeza en un gesto de profunda humildad. No tengo ninguna duda de que en ese momento se sintió como era lógico, genuinamente humillado, como debería estarlo cualquier sacerdote; pero a mí de todas maneras, su comportamiento me parecía bastante extraño.

La pregunta es: "¿Qué expresión debe tener un sacerdote en su rostro en este momento sagrado?" No tengo la respuesta a esa pregunta, pero tengo la sensación de que, por el bien de quienes lo miran a la cara, el sacerdote debe tratar de evitar cualquier expresión para no hacer que las personas se hagan preguntas que son difíciles de explicar, por ejemplo: “¿Que está haciendo?”  “¿Por qué se ríe?”  Por supuesto que lo más fácil sería celebrar la Misa mirando hacia el “Este” litúrgico.

 

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