THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #59 / DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #59

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #59   The Motor Scooter

 One of the crosses most inner-city pastors must bear is the presence of a dumpster on his property.  At first thought, it might seem attractive to the average homeowner or apartment dweller to have a dumpster handy; after all, one can throw a lot of stuff in a dumpster which will not fit nicely in the little trash cans that most people wheel out to the edge of the street once a week.

When I was a kid growing up in a suburb years ago, we rode our bikes home from school every day.  On trash pick-up day, we made great sport of kicking those emptied trashcans over from our speeding bikes scattering them all over the street, laughing all the way.  It never occurred to us that the owners of those trashcans might have been something less than delighted with our little game.  I don’t know if kids still do such things today.  I would not want to give anyone any ideas.

The problem with having a big dumpster on one’s property is that the whole neighborhood finds it attractive.  I would estimate that a good one-third of the trash that ends up in my dumpster each week does not come from my church, my school, or me.  It is not unusual to find quite large articles left around the dumpster in the dark of night by neighbors who find it necessary to flee their homes secretly and suddenly for one reason or another.  Swing sets, chests of drawers, mattresses, and broken bicycles are the most common.

Either the perpetrator is not strong enough to heave such articles into the dumpster on his own, they won’t fit because they are too large, or he tells himself that someone will come along and find his discarded junk so attractive that he will haul it off to his own home singing a hymn of thanksgiving as he goes.

Unfortunately for the pastor, the dumpster company will not empty the dumpster when it is surrounded by junk or overflowing.  Furthermore, the dumpster company feels no obligation to inform the pastor that it has not emptied his dumpster that week, causing it to overflow all the more.  I have spent many an hour on the summit of an overflowing dumpster unloading it into a pickup truck just so the company would come and empty the dumpster.  Then, I load the trash back into the dumpster from the pickup hoping that the process will not be repeated the following week.

One day, a motor scooter appeared near my dumpster.  At first, it did not occur to me that it had been abandoned there.  I thought it was parked.  But as a few days passed, I realized that it was not simply awaiting the return of its operator.  I had a look, and noticed that all its vital organs had been removed, that it had no license plate, and that it was not good for anything but, thanks to my thoughtful neighbor, to be disposed of by me.  I asked my maintenance man if he thought we could get away with burying it under other trash in the dumpster.  He informed me that he did not think that was a good idea.

The dumpster company has some sort of X-ray vision devices on their trucks which can identify items that should not be making their way to the city landfill; like motor scooters, and heaven knows what else.  As a matter of principle, I refused to allow him to haul it to the dump.  That could set a precedent for the neighbors which would unleash a deluge of big-ticket items arriving at my dumpster in the middle of the night.  Thankfully, experience came to my assistance.

In most cities in which I have served, I have learned the hard way that motor vehicles abandoned on my property automatically become my responsibility.  On the other hand, if they are abandoned on the city streets or sidewalks, they are the city’s responsibility.  Under mysterious circumstances, on the next leg of its odyssey, the motor scooter ended up on the city sidewalk just outside my property.

There, it sat unmolested for a few days until one morning I saw that it was gone.  Along came a parishioner making his daily early morning visit to the church who said, “Hey, Father!  Remember that scooter that was sitting around here for a week?  Well, as I was driving over here this morning, I saw it laying in the street about 4 or 5 blocks down with some of its pieces scattered about.  I sure hope no one runs over it!”  “No!”, I said, “Really?”  Some kids must have messed with it in the middle of the night, pushed it down the street, and left it there. I’m sure someone will report it to the city authorities.  Kids these days!” “Well, have a nice day!”, he said.  “I will, indeed!”, I replied.

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 59   La Motoneta

 Una de las cruces que la mayoría de los párrocos urbanos debemos llevar es la presencia de un contenedor para la basura en su propiedad. A primera vista, puede parecer atractivo para el propietario de una casa o apartamento promedio, pues tener un contenedor de basura a mano; después de todo, es ventajoso porque en el caben muchos objetos demasiado grandes para los basureros pequeños.

Cuando era niño me críe en un suburbio, e íbamos en bicicleta a casa desde la escuela todos los días. El día de la recolección de basura, era un gran deporte para nosotros ir a toda velocidad pateando los basureros vacíos desde nuestras bicicletas, dispersándolos por toda la calle, riendo y disfrutando de lo lindo durante todo el recorrido. Nunca se nos ocurrió que los dueños de esos basureros podrían molestarse con nuestras hazañas.  No sé si los niños de hoy hacen esas travesuras, yo no quisiera dar ideas sobre esto a nadie.

El problema de tener un contenedor grande en la propiedad de uno es que todo el vecindario lo encuentra atractivo.  Calculo que un buen tercio de la basura que termina en mi basurero cada semana no sale ni de mi rectoría, ni de mi iglesia y de mi escuela. No es raro encontrar artículos de considerable tamaño al lado del contenedor que son dejados allí por vecinos que se ven en la necesidad de huir de sus casas por la noche y en secreto por una u otra razón.

Por las mañanas encuentro juegos de columpios, cómodas, colchones, y bicicletas rotas, estos son los artículos más comunes con los que me enfrento.  Es probable que la persona que tira la basura en mi contenedor o no es lo suficientemente fuerte como para arrojar tales artículos dentro del basurero por su cuenta, o no caben porque son demasiado grandes, o se dice a sí mismo que alguien vendrá y encontrará su basura desechada tan atractiva que se la llevará a su casa entonando una cancioncita, lleno de alegría y dando gracias por haber encontrado un tesoro.

Desafortunadamente para el párroco, la empresa recolectora de basura no vaciará el basurero si está rodeado de artículos, o está desbordado de basura. Además, la empresa recolectora de basura no se siente en la obligación de informar al párroco que no ha vaciado su basurero esa semana, causando que se desborde aún más.

Pasé muchas horas arriba de un contenedor de basura desbordado, descargándolo y colocando la basura en una camioneta para que la compañía viniera y vaciara el contenedor.  Al estar vacío el receptáculo, vuelvo a cargar la basura que coloque en la camioneta y la depositó de nuevo en dicho recipiente con la esperanza de que el proceso no se repita la semana siguiente.

Un día, apareció una motoneta cerca de mi contenedor de basura. Al principio, no se me ocurrió que había sido abandonada allí. Pensé que estaba estacionada. Pero con el paso de los días me di cuenta de que no estaba simplemente esperando el regreso de su dueño. Eché un vistazo y noté que todos sus “órganos vitales habían sido extirpados”, que no tenía matrícula y que no servía para nada más que, gracias a mi atento vecino, para que yo me deshiciera de ella. Le pregunté a mi encargado de mantenimiento si creía que podíamos colocarla en el contenedor cubriéndola con basura para ver si la empresa recolectora “mordiera el anzuelo”.  Me informó que no creía que fuera una buena idea ya que dichas empresas cuentan con un tipo de dispositivos de visión de rayos X en sus camiones y pueden detectar elementos que no deben ir al vertedero de la ciudad.

Artefactos como motonetas, y Dios sabe qué otros no se aceptan en los contenedores. Por una cuestión de principios, me negué a permitir que mi empleado lo llevara al vertedero. Eso podría sentar un precedente para los vecinos que desencadenaría una avalancha de artículos costosos que llegarían a mi contenedor de basura en medio de la noche. Afortunadamente, mi experiencia sobre este problema vino en mi auxilio.

En la mayoría de las ciudades en las que he servido, he aprendido por las malas que los vehículos motorizados abandonados en mi propiedad se convierten automáticamente en mi responsabilidad. En cambio, si son abandonados en las calles o aceras de la ciudad, son responsabilidad de la ciudad.

En circunstancias misteriosas, la motoneta terminó en la acera de la ciudad, justo afuera de mi propiedad. Allí permaneció sin ser molestada durante unos días hasta que una mañana vi que ya no estaba. Llegó un feligrés que realizaba su visita diaria a la iglesia todas las mañanas y me dijo: “¡Oiga, padre! ¿Recuerda la motoneta que estuvo en la acera por algún tiempo?”   “Bueno, pues mientras conducía hacia aquí esta mañana, la vi tirada en la calle a unas 4 o 5 cuadras de aquí con algunas de sus piezas esparcidas por todos lados ¡Espero que nadie la atropelle!”. ¡“Caramba! Le dije. “¿En serio?” “Algunos niños debieron jugar con ella durante la noche, la empujaron calle abajo y la dejaron allí”. “Estoy seguro de que alguien lo denunciará a las autoridades de la ciudad”. “¡Los niños de hoy en día!" “¡Bueno padre, que tenga un buen día!”, me dijo. “¡Claro que lo haré!” le respondí.

 

 

 

 

 

 

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