THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #54 -EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #54

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #54

Cell Phones

 Everyone who knows me well knows that I do not have, and never have had a cell phone.  People who don’t know me do not believe me when I tell them that I do not have a cell phone.  I can see it on their faces.  They think I am lying in order not to give them my number.  It is true that, if I had a cell phone, I would not want to give out my number.  It is also true that I do not have a cell phone, and never intend to have one.  This irritates and concerns my family and friends.  “What if there is an emergency?”, they ask.  I have lived on this planet for more than 60 years and have survived my share of emergencies, all without a cell phone.  “How do you order food to be delivered, or a car service?” they ask.  “The old-fashioned way”, I respond.  I like the old-fashioned way of doing things.

The first time I saw a “portable” phone was in a restaurant in Dallas in the late ‘80’s or early ‘90’s.  It was the size of a small suitcase, and one could only talk on it.  It was very advanced for its time, and only people who were very important, or those who wanted others to think that they were very important, owned one. Car phones existed before that, but they were attached to the car and could not be carried about.

The first time I saw a cell phone was at a Chinese restaurant in Rome about 1997.  Across the dining room from me was an attractive young couple, probably on a date.  Each of them had a telefonino as they were called in Italy, and both of them spent most of the dinner date talking into their telefonini, not to each other.  They barely even looked at one another.  The phones then were not even “smart”.  At that moment I realized that the world would be in tremendous trouble if these devices became popular.  I could never have imagined then what the world would look like 20 years later.  It was a prophetic moment.

Today, most people walking through a park or on the beach do not look around, appreciate the beauty of creation, and maybe even think about God; no, they look at their cell phones.  I live across the street from a bus stop.  Once upon a time people waiting together for the arrival of a bus or train often struck up a conversation.  “Nice day today, huh?”  “Yeah, beautiful day.  Thank goodness winter is over.”  Just plain old human interaction.  I never see that at my bus stop.  When people arrive there to wait, they immediately whip out their cell phones (if they don’t already have them out) and fiddle with them until the bus arrives.  It matters not whether they are alone or with others.  The cell phone appears to me to have become their god, a jealous god that demands all their attention.  It frightens me to see such debasement of humanity, body and soul.  I still like to talk to people when I am out and about.  I have no interest whatsoever in carrying a phone around and feeling obliged to check it constantly in case there is “an emergency”, or someone wants to speak with me immediately for no good reason, or someone wants to send me some nonsense from the internet.  Thanks, but no thanks.  I prefer to feel free, and fully human when I am out, or away, far from my landline and email account.

When I was a kid my parents both smoked.  They were true cigarette addicts.  When they went to bed, the cigarettes were on the bedside table.  If they woke in the middle of the night they smoked.  They smoked all the time, everywhere.  When we got in the car for a trip, long or short, had the cigarettes been left behind, we returned home for them immediately.  Sound familiar?

From my point of view as a seasoned observer of human nature, it seems that nearly the entire civilized world, from toddler to senior citizen, is addicted to cell phones. It greatly concerns me, and I will have no part of it.  Thanks, but no thanks.

In conclusion, my point in writing this piece is not to denigrate those who use cell phones.  I understand how the modern world works.  Rather, I offer a word of comfort and hope to those who feel obsessed with, possessed by, or enslaved under the tyranny of their cell phones.  One can live in the modern world without one.  I am living proof.

 

 

Diario de un Sacerdote Urbano

Entrada #54

Teléfonos Celulares

Todos los que me conocen bien saben que no tengo, y nunca he tenido un teléfono celular. Las personas que no me conocen no me creen cuando les digo que no tengo celular. Puedo verlo en sus caras, ¡No me creen! Creen que miento para no darles mi número.  La verdad es que si tuviera un celular no daría mi número. También es cierto que no tengo celular, y espero no tener no tener una nunca. Esto irrita y preocupa a mi familia y amigos. “¿Y si hay una emergencia?”, preguntan. He vivido en este planeta por más de 60 años y he sobrevivido muchas emergencias durante toda mi vida, y todas sin un teléfono celular. "¿Cómo pides comida a domicilio o llamas un taxi? Me preguntan “A la antigua”, respondo. Me gusta la forma anticuada de hacer las cosas.

La primera vez que vi un teléfono “portátil” fue en un restaurante de Dallas a finales de los 80 o principios de los 90. Era del tamaño de una maleta pequeña, y solo se podía hablar en él. Era muy avanzado para su época, y solo las personas que eran muy importantes, o aquellos que querían que los demás pensaran que eran muy importantes, poseían uno. Los teléfonos para automóviles existían antes de eso, pero estaban conectados al automóvil y no podían usarse fuera del auto.

La primera vez que vi un teléfono celular fue en un restaurante chino en Roma alrededor de 1997. Al otro lado del comedor había una pareja joven y atractiva, probablemente estaban en una cita romántica.  Cada uno de ellos tenía un telefonino, como los llamaban en Italia, y ambos pasaron la mayor parte de la cena hablando por sus telefonini, y no entre ellos. Apenas se miraron el uno al otro. Los teléfonos entonces ni siquiera eran “inteligentes”. En ese momento me di cuenta de que el mundo estaría en un tremendo problema si estos dispositivos se volvieran populares. Nunca podría haber imaginado cómo sería el mundo 20 años después. Fue un momento profético.

Hoy en día, la mayoría de las personas que caminan por un parque o en la playa no miran a su alrededor, no aprecian la belleza de la creación y tal vez ni siquiera piensan en Dios; solo se concentran en sus celulares. Vivo al otro lado de la calle de una parada de autobús.  Recuerdo que antes de los celulares, las personas que esperaban juntas la llegada de un autobús o un tren a menudo entablaban una conversación. "Bonito día, ¿verdad? “Sí, hermoso día, gracias a Dios que el invierno ha terminado”. Simplemente interacción humana “a la antigüita”.  Nunca veo eso en la parada de autobús. Cuando las personas llegan allí para esperar, inmediatamente sacan sus teléfonos celulares (si aún no los tienen en la mano) y juegan con ellos hasta que llega el autobús. No importa si están solos o con otros. El celular me parece haberse convertido en su dios, un dios celoso que reclama toda su atención. Me asusta ver tal degradación de la humanidad, en cuerpo y alma. Todavía disfruto charlar con la gente cuando estoy fuera de casa. No tengo ningún interés en llevar un teléfono celular y sentirme obligado a revisarlo constantemente en caso de que haya “una emergencia”, o alguien quiera hablar conmigo de inmediato sin una buena razón, o alguien quiera enviarme alguna tontería del Internet.  Gracias, pero no gracias. Prefiero sentirme libre y completamente humano cuando estoy fuera y lejos, lejos del teléfono de mi oficina y de mi computadora mi teléfono fijo y mi cuenta de correo electrónico.

Cuando era niño, mis padres fumaban. Eran verdaderos adictos al cigarrillo. Cuando se acostaron, los cigarrillos estaban en la mesita de noche. Si se despertaban en medio de la noche, fumaban. Fumaban todo el tiempo, en todas partes. Cuando nos subíamos al auto para un viaje, largo o corto, si los cigarrillos se habían quedado atrás, volvíamos a casa por ellos inmediatamente. ¿Suena familiar?

Desde mi punto de vista como observador experimentado de la naturaleza humana, parece que casi todo el mundo civilizado, desde los más pequeños hasta los ancianos, es adicto a los teléfonos móviles. Me preocupa mucho y no tendré parte en ello. Gracias, pero no gracias.  En conclusión, mi objetivo al escribir este artículo no es denigrar a quienes usan teléfonos celulares. Entiendo cómo funciona el mundo moderno. Más bien ofrezco una palabra de consuelo y esperanza a quienes se sienten obsesionados, poseídos o esclavizados por la tiranía de sus teléfonos celulares. Uno puede vivir en el mundo moderno sin celular, yo uno. Soy la prueba viviente.

 

 

 

 

 

 

 

Comments are closed.