The Diary of an Inner-City Priest #10 – El Diario de un Sacerdote Urbano #10

Diary Entry #10:  The Lector

On my first day on the job at one of my assignments, I showed up to offer the daily Mass at noon.  As I was vesting in the sacristy, I heard a knock at the door.  “Come in!”, I said, as cheerfully as I could. (I am not a cheerful fellow, and I know that.  Thus, I must work hard to appear to be cheerful). “Hello”, said the older gentleman who had knocked.  “My name is John.  I’m a lector.”  “Hello, John”, I replied, extending my hand.  “It’s nice to meet you”.

He asked if I would like him to “proclaim” the readings at Mass.  “No thank you” I replied, “I prefer to do the readings myself.”  He seemed surprised.  “I am a very good lector”, he said.  “I am certain you are”, I replied, “but I prefer to do the readings myself”’.  (I am a priest, after all, and I know how to read.)

One must understand that in the Traditional Rite of the Mass only ordained ministers are permitted to sing or say the readings during Mass.  In the New Rite, practically anyone who is semi-literate is, in practice, permitted to do so.  And practically anyone who wants to do so, semi-literate or not, is permitted to do so, in practice, if not in theory. There are some very good lectors, of course.  At one parish I had a 10-year-old schoolgirl who could “proclaim” the readings more clearly, convincingly, and memorably than the 60 year-old well-seasoned lector who happened to be a trial lawyer by day.

After years of (often painful) experience, I have learned that when a lector “proclaims” the readings at Mass attention tends to be turned toward the lector himself rather than to the readings.  It is no fault of the lector, it’s just human nature.  Often enough, when all is said and done, people can more easily recall the lector than the Scripture passage that was “proclaimed”.  Again, I am not blaming the lectors.  The idea that regular folks in regular clothes should read at Mass is flawed because it fails to account for fallen human nature.  (It was invented in the 1960’s of course.)

When the priest or deacon reads the Scripture, no one pays any attention to him because they know who he is: he is always dressed the same way, it is always he who reads, and curiosity is never aroused. No one is ever tempted to think, “Gee, who was that pretty girl who read at Mass today”, or “Why is that man wearing short pants and sneakers when he should be wearing a suit and tie?”, or “Why doesn’t the pastor do something about that person who can barely be understood?”  All of this is eliminated when there are no lectors.

Returning to our story, quite taken aback, my rejected and dejected lector said, “Very well.  Do you mind if I critique your reading style at the end of the Mass”.  “Not at all,” I replied.  “Feel free to come back after Mass and tell me what you think.”  He did.  “Well,” he said, “you spoke much more rapidly during your homily than you did as you proclaimed the readings”.  I replied, “When I am giving my homily I just talk as I normally would.  When I read the Scripture, I try to speak more clearly and deliberately because, after all, it is the Word of God.”  “Right”, he said.  “Are you sure you would not like me to be a lector at your Masses?’’  “No, thank you,” I replied, “I prefer to do it myself.”  I never saw him again.

 

Entrada de diario #10: EL LECTOR

En mi primer día de trabajo en una de mis asignaciones, me presenté para ofrecer la misa diaria del

mediodía. Mientras me preparaba en la sacristía, escuché que alguien tocaba a mi puerta. “¡Adelante!”, dije, en el mejor tono de voz que pude. (Reconozco que no soy una persona alegre, soy mas bien parco, y se que debo esforzarme para cambiar). “Hola”, me dijo un señor mayor, "Mi nombre es Juan y soy lector. “Hola Juan”, respondí, extendiendo mi mano. "Encantado de conocerte".

Me preguntó si me gustaría que “proclamara” las lecturas de la Misa. “No, gracias”, respondí, “Yo

prefiero hacer las lecturas yo mismo. Pareció sorprendido. “Soy muy buen lector”, dijo. "Estoy seguro que lo eres” le respondí, “pero prefiero hacer yo mismo las lecturas” (después de todo, soy un sacerdote y ¡puedo leer!)

Debo aclarar que en el Rito Tradicional de la Misa sólo se le permite al clero o ministros ordenados hacer las lecturas durante la Misa. En el Nuevo Rito, cualquier laico puede prestar este servicio, y aun una persona casi analfabeta puede hacerlo, en otras palabras no existen reglas para proclamar la Palabra del Señor, pero también quiero debo enfatizar que hay algunos lectores muy buenos.

En una de mis parroquias tenía una estudiante de 10 años que podía hacer las lecturas con mucha más fluidez y claridad que este experimentado lector en sus sesentas que dicho sea de paso era un abogado que durante el día se dedicaba a litigar en las cortes.

Después de años de experiencia (a menudo dolorosa), he aprendido que cuando un lector “proclama” las

lecturas en la Misa la atención tiende a volverse hacia el lector mismo y no a las lecturas. No es culpa del lector, es solo la naturaleza humana. Con bastante frecuencia, cuando todo está dicho y hecho, por lo general, las personas recuerdan más al lector que el pasaje de la Escritura que fue “proclamado”.

Una vez más, no estoy culpando a los lectores, pero si pensamos las cosas con una mente clara, nos damos cuenta que cuando un lector o lectora se prepara para leer, nos fijamos en su vestimenta, en su aspecto físico, si es una muchacha bonita o fea, etc. Por otro lado, si es el sacerdote o el diacono encargado de hacer las lecturas, la gente ya sabe quienes son, el mismo aspecto físico, la misma vestimenta siempre, en otras palabras no hay distracciones y las personas se concentran en lo que se está leyendo y no en el hecho de que el lector lleve pantalones cortos y no un traje de domingo, y no tienen la oportunidad de hacerse preguntas como: ¿Por qué no lleva corbata? ¿Por qué el párroco no cambia a este lector que no se le entiende nada? ¿Por qué no habla con esa muchacha que se presenta poco modesta para leer?"

Cuando es el sacerdote o diacono los encargados de las lecturas, todas estas interrogantes se evitan y los feligreses pueden concentrarse en la Misa y en lo que el Señor nos dice en las Lecturas.

Volviendo a nuestra historia, bastante desconcertado, mi lector rechazado y abatido dijo: “Muy bien padre”, ¿Le importaría se al final de la Misa le hago algunas criticas sobre su estilo de hacer las Lecturas? “En absoluto”, respondí. "Siéntete con libertad de decirme lo que piensas al final de la Misa”.

Y cumplió su palabra, al final de la Misa se me acercó y me hizo la siguiente critica: “Bueno padre”, dijo, “durante la homilía, usted habla mucho mas rápido que cuando lee las Escrituras”, a lo que respondí:

“Cuando doy mi homilía, simplemente hablo como lo haría normalmente. Cuando leo la Escritura, trato de

hablar más clara y deliberadamente porque, después de todo, es la Palabra de Dios”. “Correcto”, dijo.

“¿Padre, está seguro que no le gustaría que fuera lector durante sus Misas?” “No, gracias”, respondí.

“Prefiero hacerlo yo mismo”. Nunca lo volví a ver.

 

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